domingo, 5 de mayo de 2013

Todos los días la misma nostalgia.

Comienza el día. Me despierto. Siento las lágrimas secas en las mejillas. Cierto...anoche estuve llorando. Creo que hasta puedo sentir crujir los cortes que me hice ayer. Quizás hoy sea un buen día. Nadie sabe lo que puede suceder.
Me levanto, casi sin ganas, y como buena masoquista que soy, lo primero que hago es verme al espejo. ¿Que veo? Lo de siempre. Grasa. Exceso de grasa. Un cuerpo amorfo y horrible. Estoy tan cansada que ni siquiera tengo energías para llorar. Voy al baño, quito la sangre seca de mis muñecas y me visto. Voy directo al comedor.
Mi abuela me saluda amablemente. Sin embargo, mi saludo está cargado de enojo y tristeza. Quisiera pedirle perdón, no es su culpa que yo sea una mierda, y me odie a mi misma. O tal vez sí. Si no se le hubiese ocurrido tener a mi madre, para que luego ella me tuviera a mí, no estaría hoy como estoy. Ni siquiera existiría  Mi existencia está ligada, de alguna forma u otra, a ella. Quizás si tenga un poco de culpa.
Voy hacia la cocina. No tengo que comer. No tengo que comer. Sólo debo ir, hacerme un café, y salir de allí sin tocar nada de comida. Solo unos minutos. Es la cosa más simple del mundo. Pongo el agua en la pava eléctrica y espero que se caliente. Los segundos pasan y veo la comida a mi alrededor. Pienso en como la gente come cantidades copiosas todos los días de comida y comida, como algo normal. Es algo normal. La anormal soy yo. ¿Por qué tenía que tener un desorden alimenticio? ¿Por qué no cáncer, asma u otra enfermedad más fácil de sobrellevar? El agua se calienta y preparo rápido el café. El resto de la mañana es una sucesión de pensamientos vacíos y suicidas.
Llega la hora de ir al colegio. No. No quiero ir. Lo odio. Amo estudiar pero odio la gente con la que me toca compartir el espacio. Se burlan de mi y se la pasan hablando de estupideces. Se saben mejor la vida cualquier cantante estúpido que la de algún filósofo. Dios mío, eso me es aborrecible. Tomo coraje y camino a la escuela. Siento que todos se ríen de mí en sus cabezas. Odio esta sensación. Máteneme.
Mis "amigas" corren a verme y las saludo con frialdad. Sólo le presto atención a mi tristeza. Hablan de cosas poco importantes, y fingo que las oigo cuando en realidad no lo estoy haciendo.Mi cabeza está en otra cosa. Escucho vagamente las clases de los profesores. Sólo quiero salir de aquí.
En el recreo veo una pareja besándose y riendo. ¿Por qué yo no puedo tener una relación así? Alguien que me abrace, que me diga que me quiere, sólo eso. No. Mi destino es sufrir. Mierda de vida.
Finalmente toca el timbre de salida. Agradezco que ya se haya acabado  No podría haber soportado un minuto más en ese tedioso lugar.
Camino a casa, y cuando llego, me preparo un café y me encierro en mi habitación. Me pongo a escribir. Mi novela, por fin puedo seguir escribiéndola. Es una de las pocas cosas que me reconforta. Bien. Olvida la tristeza y escribe. Sigmund (protagonista de la historia) necesita que lo hagas un héroe. Que camine por las orillas del río Támesis y piense en cosas de intelectuales. Esto está perfecto, ahora, la otra protagonista, Anna. Dios, ¿Tenía que llamarla así? Mejor sigo escribiendo mi otra novela. No. La chica de la historia tiene problemas mentales. Estas cosas me siguen a todas partes. Todas mis historias contienen cortes, anorexia y locura.
Me llaman a cenar. Quisiera desaparecer en este preciso instante. Voy a regañadientes. Siempre hace comidas calóricas y en cantidad, esta cena no es la excepción. Me siento en la mesa, juego con la comida y como un poco. "Estas muy delgada, por dios, come más" me dice mi padre. Pienso que cuando esté internada y repleta de cortes, a punto de morirme, lo va a lamentar. O cuando me suicide. Ya habrá tiempo de eso. Como un poco más, obligada, y cuando todos se acuestan a dormir, me dirijo al baño. Cuchilla en mano, cierro los ojos y corto mis venas. Cada vez con más fuerza. ¡Ningún castigo será suficiente nunca por la decepción que soy!
Una vez que me corto y seco las gotas gruesas de sangre que emanan de la herida, me voy a dormir. Obviamente no sin antes contemplarme al espejo. Otra vez la gorda amorfa. ¿Para esto muero de hambre? ¿Para ser siempre la misma obesa? Me acuesto y las lágrimas caen a montones.
Me duermo finalmente presa de la tristeza. Imaginando incrédula que quizás mañana podrá ser un buen día. No imagino que despertaré otra vez, para vivir otra vez la misma nostalgia de todos los días.

-Masticando Aire




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