lunes, 5 de mayo de 2014

Poesía I

Ojos celestes,
sumidos en la inmensidad de la nada.
Cabellos oscuros
cayendo hacia el mismo suelo
que recibió las gotas de sangre
de sus venas de terciopelo.
Divinos protectores de la juventud.
Labios heridos
por palabras no dichas
o poéticas groserías gritadas con el alma
que los dejaron mudos
ya sus enemigos sordos.
Veneran sus delgados cuerpos,
pálidos como sus sonrisas,
tristes, cortados y melancólicos,
creyendo en el dolor
como fuente del genuino arte,
y la vida,
horrible vida que aman y temen,
la misma fuente de la muerte.
Gritan sus profecías falsas
a oídos sordos;
profecías sobre génesis, amor y belleza.
Creen estar equivocados
pero lo niegan,
y ése es su mayor acierto.
Viven, sin saber para qué
aclamando que se los libere
de la jaula de prohibiciones y moral
que ellos mismos se confeccionaron.
Cantan acerca de ídolos perdidos,
cantan sobre sacrificios de sangre,
cantan acerca de la quimérica búsqueda
de la felicidad que toman
como auténtica mentira.
Ellos son sus propios dioses,
y como todos los dioses
poseen el poder de resurgir el universo a sus antojos.
Sin embargo,
pútridos de lágrimas y mentiras,
lo destruyen. 

     [Dicen que tienen venas de terciopelo,
       y sangre azul.
     [Que hermoso.
       Nuestra sangre es más que sangre. 

1 de Mayo.


     


domingo, 4 de mayo de 2014

Él

Cada vez que clava su mirada en mí, siempre acude a los mismos comentarios: "Estás adelgazando rápido", "Estás demasiado pálida", "Te ves triste", "Por favor, basta de cortes, me duele mucho", sin embargo, nunca falta su último comentario: "Pero de todos modos, me seguís pareciendo hermosa". Sé que lo dice para hacerme sentir mejor, o no. Quizás de verdad me vea hermosa y eso explique la relatividad de la belleza.
Más de una vez los roles cambiaron y tuve que ser yo la que lo contuviese en brazos, llorando, básicamente por mi culpa. Porque lo deprime verme triste a mí, lo mata saber que me estoy muriendo, y ninguno de los dos podemos detenerlo. 
Odia hablar de la muerte. De mi muerte. Sabe que corro riesgos en la salud y la autoestima pero prefiere creer que voy a vivir sana y salva eternamente, y eso va a constituir una pequeña porción de la vida perfecta que me promete, y por la que lucha todos los días, sin detenerse. Me convence que esto va a pasar, que un día voy a entender que los cortes no tienen utilidad y que la obsesión por la delgadez es una simple debilidad por los comentarios externos que voy a abandonar cuando esté sana.
"Sana" me dice. "Vas a sanar y no vas a derramar nunca más una sola lágrima por gente que no las merezca". Me habla de una vida juntos, la universidad, una casa en algún pueblo nublado y solitario como me gusta a mí, escuchando a Morrisey y pasando el día entre cálidas sábanas, refugiándonos del frío.
Como es usual en mi, refuto sus fantasías. "Estas buscando un paraíso, pero todo tiene su precio. Todos los cielos tienen un infierno" le digo. No quiero alentar sus deseos, porque las personas enfermas y rotas como yo no deseamos, no hacemos planes a largo plazo porque desconocemos el día en el que vayamos a acabar de desintegrarnos, el cual podría ser hoy mismo o dentro de siglos. Sencillamente me conformo con sobrevivir un día más, intentar hacerlo feliz y mantenerme en pie, un día más, tan sólo un día más...
Me pregunto como puedo osar vivir sintiéndome tan desdichada con alguien como él a mi lado. Se acabó la época de "Si no hay nadie que me abrace, me iré lejos". Ahora sí tengo brazos largos y un pecho con un propósito que van a abrazarme todo el tiempo que sea necesario, hasta que sane.
Sanar. No voy a sanar. Quizás tenga que conformarse él con amar a una persona rota, amar con el alma cada uno de sus pedazos, fingiendo que es uno solo.
Algunas noches me encierro en el baño y me corto con furia, llorando a más no poder, con los ojos hinchados y la boca reseca, preguntándome cuando va a terminar esto, cuando voy a sentir la verdadera felicidad, cuando voy a dejar de vivir esperando un día que no llega, escuchando pasos de alguien que no existe.
Entonces me escucha -quién sabe como- y se despierta, me saca la cuchilla de las manos, me cura las heridas y me abraza, con el argumento de que me va a abrazar tanto y con tanta fuerza que ningún tipo de espectro mental, enfermedad o adicción me va a llevar.
Y pienso que una horrible condena es temer que la persona que amas se vaya algún día. Pero que es un verdadero y doloroso martirio saber con seguridad que algún día quien va a abandonarlo soy yo, dejándome llevar por voces en la cabeza, una cuchilla en las venas, dos dedos en la garganta o un exceso de pastillas "para dormir mejor".
Y saber que el amor no siempre es suficiente.