domingo, 1 de febrero de 2015

Susurros de la muerte

Me pregunto a dónde he llegado. Miro el lugar en el que diariamente camino y no es más que un hoyo oscuro y profundo que me consume más y más cada segundo, imperceptible pero imparable. Me preguntó, desde que nací hasta esta noche, de qué valió todo. Si de verdad todo aquello tuvo un significado. Los cortes, la sangre, la culpa, la humillación, los tóxicos, las adicciones, las noches enteras sin dormir, todos aquellos a los que defraudé, todos los que me defraudaron, los intentos fallidos de suicidio, la tristeza, el caer y levantarme cientos de veces incluso cuando ni siquiera tuve un propósito para nadar hacia la superficie.
Esta noche todo aquello parece invisible, inservible. Como si el viento se lo hubiese llevado todo, dejándome con un futuro mucho más perturbador que su pasado. Como si nada hubiese importado. Como si todo hubiese sido completamente en vano. Así es como me siento. Cayendo profundamente hacia el final del hoyo, preguntándome si acaso tiene un final, dudando primitivamente de su existencia y dejándome a mi misma, de todos modos, ser liberada por la caída.
Probablemente caeré en un final silencioso y mortal donde nadie pueda verme, donde nadie pueda ver la lucha que me llevó a mi muerte. E incluso con este entendimiento dentro mio, continúo. Quizás por el deseo de darle a todo un sentido, de no permitir que todo este dolor no haya tenido un valor, quizás por su amor y la simple terrorífica imagen de su rostro llorando sobre mi frío cadáver, quizás es la estupidez humana, la sublime estupidez humana que nos conduce a nuestros Infiernos y nuestros Paraísos.
Tal vez sea este el final, como muchos otros que he proclamado, sólo que este es experimentado mucho más oscuro y secretamente poderoso que los otros. Pero la duda, así como el susurro de la muerte, han de caminar para siempre conmigo.

lunes, 5 de mayo de 2014

Poesía I

Ojos celestes,
sumidos en la inmensidad de la nada.
Cabellos oscuros
cayendo hacia el mismo suelo
que recibió las gotas de sangre
de sus venas de terciopelo.
Divinos protectores de la juventud.
Labios heridos
por palabras no dichas
o poéticas groserías gritadas con el alma
que los dejaron mudos
ya sus enemigos sordos.
Veneran sus delgados cuerpos,
pálidos como sus sonrisas,
tristes, cortados y melancólicos,
creyendo en el dolor
como fuente del genuino arte,
y la vida,
horrible vida que aman y temen,
la misma fuente de la muerte.
Gritan sus profecías falsas
a oídos sordos;
profecías sobre génesis, amor y belleza.
Creen estar equivocados
pero lo niegan,
y ése es su mayor acierto.
Viven, sin saber para qué
aclamando que se los libere
de la jaula de prohibiciones y moral
que ellos mismos se confeccionaron.
Cantan acerca de ídolos perdidos,
cantan sobre sacrificios de sangre,
cantan acerca de la quimérica búsqueda
de la felicidad que toman
como auténtica mentira.
Ellos son sus propios dioses,
y como todos los dioses
poseen el poder de resurgir el universo a sus antojos.
Sin embargo,
pútridos de lágrimas y mentiras,
lo destruyen. 

     [Dicen que tienen venas de terciopelo,
       y sangre azul.
     [Que hermoso.
       Nuestra sangre es más que sangre. 

1 de Mayo.


     


domingo, 4 de mayo de 2014

Él

Cada vez que clava su mirada en mí, siempre acude a los mismos comentarios: "Estás adelgazando rápido", "Estás demasiado pálida", "Te ves triste", "Por favor, basta de cortes, me duele mucho", sin embargo, nunca falta su último comentario: "Pero de todos modos, me seguís pareciendo hermosa". Sé que lo dice para hacerme sentir mejor, o no. Quizás de verdad me vea hermosa y eso explique la relatividad de la belleza.
Más de una vez los roles cambiaron y tuve que ser yo la que lo contuviese en brazos, llorando, básicamente por mi culpa. Porque lo deprime verme triste a mí, lo mata saber que me estoy muriendo, y ninguno de los dos podemos detenerlo. 
Odia hablar de la muerte. De mi muerte. Sabe que corro riesgos en la salud y la autoestima pero prefiere creer que voy a vivir sana y salva eternamente, y eso va a constituir una pequeña porción de la vida perfecta que me promete, y por la que lucha todos los días, sin detenerse. Me convence que esto va a pasar, que un día voy a entender que los cortes no tienen utilidad y que la obsesión por la delgadez es una simple debilidad por los comentarios externos que voy a abandonar cuando esté sana.
"Sana" me dice. "Vas a sanar y no vas a derramar nunca más una sola lágrima por gente que no las merezca". Me habla de una vida juntos, la universidad, una casa en algún pueblo nublado y solitario como me gusta a mí, escuchando a Morrisey y pasando el día entre cálidas sábanas, refugiándonos del frío.
Como es usual en mi, refuto sus fantasías. "Estas buscando un paraíso, pero todo tiene su precio. Todos los cielos tienen un infierno" le digo. No quiero alentar sus deseos, porque las personas enfermas y rotas como yo no deseamos, no hacemos planes a largo plazo porque desconocemos el día en el que vayamos a acabar de desintegrarnos, el cual podría ser hoy mismo o dentro de siglos. Sencillamente me conformo con sobrevivir un día más, intentar hacerlo feliz y mantenerme en pie, un día más, tan sólo un día más...
Me pregunto como puedo osar vivir sintiéndome tan desdichada con alguien como él a mi lado. Se acabó la época de "Si no hay nadie que me abrace, me iré lejos". Ahora sí tengo brazos largos y un pecho con un propósito que van a abrazarme todo el tiempo que sea necesario, hasta que sane.
Sanar. No voy a sanar. Quizás tenga que conformarse él con amar a una persona rota, amar con el alma cada uno de sus pedazos, fingiendo que es uno solo.
Algunas noches me encierro en el baño y me corto con furia, llorando a más no poder, con los ojos hinchados y la boca reseca, preguntándome cuando va a terminar esto, cuando voy a sentir la verdadera felicidad, cuando voy a dejar de vivir esperando un día que no llega, escuchando pasos de alguien que no existe.
Entonces me escucha -quién sabe como- y se despierta, me saca la cuchilla de las manos, me cura las heridas y me abraza, con el argumento de que me va a abrazar tanto y con tanta fuerza que ningún tipo de espectro mental, enfermedad o adicción me va a llevar.
Y pienso que una horrible condena es temer que la persona que amas se vaya algún día. Pero que es un verdadero y doloroso martirio saber con seguridad que algún día quien va a abandonarlo soy yo, dejándome llevar por voces en la cabeza, una cuchilla en las venas, dos dedos en la garganta o un exceso de pastillas "para dormir mejor".
Y saber que el amor no siempre es suficiente.

jueves, 2 de enero de 2014

Donde no hay tumbas, no hay resurrecciones.

"Donde no hay tumbas, no hay resurrecciones" escribe Nietzsche en su más grande obra: "Así habló Zaratustra". Encuentro en esa frase un concepto muy acertado, el cual experimenté cientos de veces. Morí -o al menos intenté matarme- cientos de veces, y necesité estar al borde de la locura para convencerme de que no valía la pena morir. Necesité incluso morir en vida para renacer luego y hallar la belleza en cosas que hasta ese momento, había ignorado, cegada por el dolor y el odio. De allí que no se puede renacer sin haberse convertido antes en cenizas, y que no hay resurrecciones donde no hay tumbas -gracias, Nietzsche-. Jamás pude curarme de esto, y no planeo hacerlo, porque se que el precio es enorme y no quiero arriesgarme a pagarlo. Pero sí sé que durante todo este tiempo -muriendo y renaciendo- aprendí lecciones que no hubiese aprendido de otra manera. No me curé, pero de algún modo y otro, entendí como manejar el dolor y usarlo a mi favor -si, eso es posible-. Haber estado enferma y profundamente triste durante casi cuatro años seguidos me enseñó a ser fuerte, a no confiar en nadie y a apreciar las cosas en la vida que merecen ser apreciadas. Aprendí a renacer, y ya se que ninguna muerte me va a hacer desaparecer.
En el pasado creía que era una clase de maldición el haber desarrollado tantos trastornos. Hoy lo agradezco. El haber tenido mi mente dada vuelta me enseñó a ponerla en su lugar.
No le desearía la muerte a nadie, pero a veces necesitamos morir un poco, en vida, para ver la muerte de cerca y convencernos de cuan valiosa es la vida.

miércoles, 1 de enero de 2014

¿Volver? ¿Otra vez? ¿Para qué?

Creo que esta oportunidad se presenta perfecta -con el hecho del nuevo año y el hecho de que "volví" a las redes sociales que había abandonado un tiempo- para reflexionar acerca de mi vida. Sobreviví -¿lamentablemente?- a dos suicidios y desde esos días pasaron miles de cosas. Muchas veces me pregunté en que estado mental me habría encontrado en aquellos tiempos para intentar acabar con mi vida; pero fueron más las ocasiones en las que deseé con fervor haber hecho las cosas diferentes y haber muerto en aquellas oportunidades.
Por eso hablo de volver. Después de todo lo que paso, ¿Verdaderamente quiero volver "a la vida"? ¿Para qué? Intento innumerables veces comportarme y vivir como las personas aparentemente normales que sólo tienen altibajos y no períodos de depresión o una colección entera de trastornos; sin embargo, jamás lo logro. Como si sufrir y nunca sentirme suficiente fuese una especie de destino fríamente calculado para mí.
Algo me dice que este año va a ser diferente. Pero eso vengo pensando hace cuatro años.
Anoche pensaba en este tema de "volver", y me planteé que quizás sería bueno de una vez "irme" para no volver más; y dejar de hacer girar esta ruleta de mala suerte, este círculo vicioso...Ingresé entonces, después de bastante tiempo de abandono, a mi cuenta de twitter, y, no me aclamaban, pero dos o tres mensajes se preguntaban en donde estaba yo y porque había abandonado la cuenta. Eso, aunque es un detalle pequeño, me bastó para hallar fuerzas y decidir "quedarme en esta existencia", a ver que sucede o que cosas puedo llegar a experimentar. Con todo lo que pasé, supongo que un poco más de tristeza no me va a afectar demasiado.