Más de una vez los roles cambiaron y tuve que ser yo la que lo contuviese en brazos, llorando, básicamente por mi culpa. Porque lo deprime verme triste a mí, lo mata saber que me estoy muriendo, y ninguno de los dos podemos detenerlo.
Odia hablar de la muerte. De mi muerte. Sabe que corro riesgos en la salud y la autoestima pero prefiere creer que voy a vivir sana y salva eternamente, y eso va a constituir una pequeña porción de la vida perfecta que me promete, y por la que lucha todos los días, sin detenerse. Me convence que esto va a pasar, que un día voy a entender que los cortes no tienen utilidad y que la obsesión por la delgadez es una simple debilidad por los comentarios externos que voy a abandonar cuando esté sana.
"Sana" me dice. "Vas a sanar y no vas a derramar nunca más una sola lágrima por gente que no las merezca". Me habla de una vida juntos, la universidad, una casa en algún pueblo nublado y solitario como me gusta a mí, escuchando a Morrisey y pasando el día entre cálidas sábanas, refugiándonos del frío.

Me pregunto como puedo osar vivir sintiéndome tan desdichada con alguien como él a mi lado. Se acabó la época de "Si no hay nadie que me abrace, me iré lejos". Ahora sí tengo brazos largos y un pecho con un propósito que van a abrazarme todo el tiempo que sea necesario, hasta que sane.
Sanar. No voy a sanar. Quizás tenga que conformarse él con amar a una persona rota, amar con el alma cada uno de sus pedazos, fingiendo que es uno solo.
Algunas noches me encierro en el baño y me corto con furia, llorando a más no poder, con los ojos hinchados y la boca reseca, preguntándome cuando va a terminar esto, cuando voy a sentir la verdadera felicidad, cuando voy a dejar de vivir esperando un día que no llega, escuchando pasos de alguien que no existe.
Entonces me escucha -quién sabe como- y se despierta, me saca la cuchilla de las manos, me cura las heridas y me abraza, con el argumento de que me va a abrazar tanto y con tanta fuerza que ningún tipo de espectro mental, enfermedad o adicción me va a llevar.
Y pienso que una horrible condena es temer que la persona que amas se vaya algún día. Pero que es un verdadero y doloroso martirio saber con seguridad que algún día quien va a abandonarlo soy yo, dejándome llevar por voces en la cabeza, una cuchilla en las venas, dos dedos en la garganta o un exceso de pastillas "para dormir mejor".
Y saber que el amor no siempre es suficiente.
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