lunes, 7 de octubre de 2013

Día de mierda.

Hoy, después de haberme peleado con mi mamá (que insistía en que yo fuese a la escuela después de haber estado enferma y triste) y no haber comido nada de lo que me hizo, me vi en la obligación de irme al colegio, llena de odio y con los ojos hinchados por llorar tanto. Sucedió lo típico. Todo el mundo estaba como "¿Que te pasó?" "¿Por qué lloras?". Me sentí una estúpida al ver a todos compadeciéndose de mi dolor. Sólo una compañera de mi clase no se escandalizó de manera bizarra y me ofreció hablar un rato a solas.
Fue difícil.
¿Cómo le explicas a alguien normal que tus padres no se preocupan por tu salud mental y física, que les da igual si te cortaste una o cientos de veces? ¿Cómo describirle a una adolescente común que no tienes un hogar, un lugar cálido al cual poder acudir cuando estás triste, con gente que te quiere y aprecia? ¿Cómo decirle que te sientes como la persona más sola de todo el puto mundo, que puede un día escaparse por días y meses y a nadie le preocuparía en absoluto?
Al final, me dijo que lo que yo hacía era puro masoquismo, y la única que se perjudicaría al dañarme tanto era yo. No mis padres o mis falsos amigos. Quizás piense que no lo sé y cree que opino que cortarme es para mi un ritual que adoro, no una adicción que no puedo dejar atrás, nunca.
Lo que siguió fueron tres horas intentando no llorar frente a toda la clase, no quedar como la hija abandonada que la mandan al colegio para sacársela de encima. ¿Por qué será que no queremos llorar en público? ¿Será por qué no queremos que vean nuestras debilidades y nos lastimen como hicieron tiempo atrás? ¿O por qué la sociedad lo dijo así, que llorar estaba mal y era de cobardes, cuando en realidad es una de las más -penosas, pero intensas- maneras de liberarnos?
Duele un poco saber que todavía me queda toda una vida entera para descubrirlo, en todas las veces próximas que me toque llorar así otra vez.

-Masticando Aire.

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